La tradición conquista las pasarelas. En Marruecos la mayoría de las mujeres del ámbito urbano no se cubren, pero el "jiyab" es una prenda popular frente al minoritario "burka" o "niqab". Y mientras, los diseñadores buscan inspiración en sus tradiciones. Lejos de las polémicas generadas en los últimos meses en España por la forma en que deben vestir las mujeres musulmanas, la industria y los diseñadores del reino avanzan ajenos casi siempre al «jiyab» (pañuelo), popular en la calle pese a la diversidad, y al «niqab» o el «burka», prendas estas dos últimas que cubren por completo a la mujer y que son muy minoritarias en Marruecos. Hay muy pocos países en el mundo en los que se haya desarrollado una verdadera industria de la moda basada en la tradición, opina la antropóloga holandesa Angela Jansen (esencialmente China, Japón e India en Asia y Marruecos y algunos casos emergentes como Turquía o Senegal). Jansen ha estudiado durante una década la evolución de la moda urbana en Fez, Marraquech y Casablanca y acaba de presentar en febrero su tesis doctoral en la universidad de Leiden (Holanda) bajo el título «Fashionably traditional: the development of Moroccan urban dress in the last 50 years». Frente a prendas que evolucionan sin parar como el «caftán», la chilaba o las babuchas, hay otras como el «jaique», especie de manta en la que se envuelve casi por completo la mujer, que se han quedado estancadas. «La chilaba y el caftán se han adaptado a la moda de hoy, se han hecho más confortables y pueden representar la moda actual y ser llevados por una mujer activa», según Jansen. Pero detrás del uso de determinadas prendas hay un importante peso de la tradición, los usos sociales y la cultura. No sólo es la religión la que lo marca, estima la antropóloga holandesa. Varias mujeres que viven en Rabat y Casablanca han hablado para este reportaje sobre su forma de vestir y, casi de manera sistemática, han recurrido sin embargo a la religión para justificar el uso de las prendas que llevan. Con respecto al velo «mi opinión personal es que porqué se va a prohibir llevarlo y no se va a prohibir, por ejemplo, llevar un crucifijo o una estrella de David», comenta la antropóloga Angela Jansen. «Sí me rebelo contra las que se cubren completamente. Si siguiendo ciertas doctrinas religiosas quieren taparse y que no nos comuniquemos con ellas, que se queden en su casa». Auali Mouagni, trabajadora en una agencia de Naciones Unidas, asegura que dejó de utilizar el «jiyab» «porque, aunque parezca ridículo, me impedía conducir», explica entre risas. Suele pasar sus vacaciones en el extranjero, donde se siente libre para ponerse en bañador y meterse tranquilamente en el mar (sin por eso llevar prendas provocativas). Todavía se acuerda del día que entró en Trípoli (Libia), en una tienda en la que se vendían prendas de ropa interior «que nunca jamás yo seré capaz de ponerme. Había tangas que no he visto ni en París. ¿Y cuáles eran las clientas principales de este comercio que regentaba un sirio? Pues mujeres que iban tapadas de arriba a abajo». Fatima Bouaziz, hispanista y traductora de 30 años, decidió hace siete, en su último año de carrera, que iba a cubrirse con el «jiyab». «Nadie me lo impuso». Viste falda hasta los pies y manga larga a pesar de estar en pleno verano. «Llevo jiyab por convicción, por religiosidad personal. Tengo que acatar ciertas reglas de recato, honestidad y también como símbolo de sometimiento a Dios porque así está estipulado en el Corán (libro sagrado del Islam)». Este periodista, es la única entre sus tres hermanas que ha tomado esta decisión e insiste en que su familia no decide sobre su manera de vestir. Eso sí, aclara, no se siente más musulmana que antes de cubrirse ni mejor que las que no se cubren la cabeza. «Quiero mezclar las dos cosas: moda actual y respeto a la religión. Lo que no me plantearé nunca es el uso del niqab». Discusiones sobre la libertad En el moderno barrio de Agdal una treintena de mujeres familiares de presos salafistas se manifiestan delante de la dirección de prisiones del Ministerio de Justicia. Casi todas van cubiertas de pies a cabeza con el «niqab». Piden mejores condiciones para los reclusos, pero no son recibidas si no se descubren el rostro. «No me lo quitaré nunca aunque me corten la cabeza», afirma con determinación y levantando el dedo índice amenazador Fatiha Hassani, de 49 años, viuda del conocido terrorista marroquí Abdelkarim Meyati, muerto en 2005 en Arabia Saudí. «El objetivo del delegado no es vernos sino escucharnos. No traigo ni kalashnikov ni coche bomba, vengo en son de paz. La violencia llega cuando se bloquea el diálogo. Usted mismo está aquí hablando con nosotras, ¿no?», pregunta al reportero. Hassani reparte críticas para su propio país y para la Europa que debate sobre el derecho a llevar prendas como el «niqab». «No entiendo porqué en un país musulmán no podemos ir con ''niqab''». «En Francia, un país laico, hay libertad para desnudarse, libertad para los homosexuales pero no hay libertad para la mujer musulmana que se siente piadosa». Pero detrás de esta esfera pública existe la trastienda por la que muchos se preguntan. Ese universo íntimo que sorprendió en Libia a Auali Mouagni. «En casa no voy tapada... Tenemos derecho a todos los placeres, pero sin exponernos. Un hombre que ama a su mujer la quiere sólo para él. Es como una joya preciosa que quiere tener en un cofre y que nadie más la disfrute», dice Fatiha Hassani. «La homosexualidad, el sida... Todo esto viene del desorden de las relaciones entre hombres y mujeres. Ahora se viola a muchas mujeres. A nosotras no nos violan», sentencia. Síntesis de un artículo del diario abc.es .